13.6.14

2014 – Transiciones (Premio Fundación Argentina para la Poesía 2013)
























 
(click en la imagen para ampliar)

























(click en la imagen para ampliar)

























(click en la imagen para ampliar)



EL EQUILIBRISTA

Hay momentos que caminan
sobre una soga en las alturas.
Momentos apenas estables, amenazados
por una mota de polvo,
una corriente de aire
o un aumento de la actividad subterránea.
Y uno sabe que transita
por un campo de alfileres,
de cristales destrozados,
pero aun así no se rinde
porque la rendición lo sacude
mucho más que ese riesgo.

Y sigue como un acróbata en las alturas,
camina en equilibrio temiendo
que el siguiente paso sea el último,
porque sabe,
íntimamente sabe,
que allí abajo, muy abajo
no hay
ninguna red.




UN DÍA CUALQUIERA

Voy con rumbo a la oficina.
Y es tan difícil concentrarse en el viaje,
en el gesto del vendedor de diarios,
en el camión de mudanzas,
en la mujer que cruza con mirada perdida.
Hace frío,
como en aquella noche de la triste noticia,
del viaje relámpago a la plaza de la infancia,
al tobogán, a la arena,
al fútbol cuando los troncos
improvisaban el arco.

Se detiene el vehículo de adelante.
Lo anuncian sus luces rojas,
las luces rojas y blancas de aquella calesita
y el único caballo que supimos domar.
Por entonces,
la tierra se movía más despacio
y la hora de las tostadas nos llamaba puntualmente.
Esa fotografía perdura en mi memoria
aún después de la noche de la triste noticia.

Hace frío esta mañana.
Y es tan difícil concentrarse en el viaje.




TUS MANOS

Tus manos entre las mías, es haber llegado a casa. Hago un ejercicio de imaginación y veo tus manos en el futuro, acompañándome en los días de zozobra, de dolores en el cuerpo, del frío que se siente bajo un sol impiadoso.

Tus manos que han sabido ser madera
y bálsamo, sostén, brisa marina.
Tus manos que son fruta,
tus manos, que son bandada.
Que trabajaron la tierra, que avivaron la fragua,
que fueron la cumbre y también el camino.
Tus manos que aprendieron a modelar el barro,
que escribieron consignas, que cosieron el mundo,
que arrojaron la piedra y fueron lapidadas.
Manos de paño en la frente,
manos de miel, de jengibre, de hierro.
El arco y la flecha, el aire y el blanco.

Manos que por fortuna
siempre han sido tus manos.

Manos que cerrarán
algún día mis ojos.




1

Comer una manzana es sacrificarla,
privilegiar nuestra vida a la de ella,
decidir, como un dios, que ha llegado su turno.
Comer una manzana y convertirla
en sangre, en vigor, en accidente,
en poderoso azar,
en materia que piensa, en poesía.
Comer una manzana es un túnel a la infancia,
al párrafo bíblico,
a la pregunta y al tatuaje de la respuesta.
Comerla sin confusión, sin dudas,
transformarla en masa, en mezcla, en azúcares,
en pasiones no previstas.
Comerla fresca, entera, con cáscara,
sentir el placer de su sabor, el sonido inconfundible,
su voluptuosidad en la mordida,
y hacerla propia, íntima, necesaria,
hacerla una con uno.
Conferirle un propósito, una trascendencia.

Pero aun así,
comer una manzana
es sacrificarla.