* La escultura corresponde a Infinity, Contemplating the Void de Plamen Yordanov — Museo Guggenheim , Nueva York.
(click sobre la imagen para ampliar)
(click sobre la imagen para ampliar)
Un viaje por la cinta de Moebius
Todo poema
implica un viaje y ese viaje tiene dimensiones y alcances variables según sea
el lector; por lo tanto, todo libro de poemas implicaría múltiples viajes,
propuestos nuevamente por un autor pero de-construidos (diría Derrida) por cada
lector, redimensionados y obviamente re-significados.
Pero qué
ocurre cuando estos múltiples viajes resultan ser sólo un simulacro, porque más
allá de esas simulaciones de números o títulos parciales hay un sólo poema que
late en el fondo como un “continuo” que uno puede recorrer o puede obviar pero
que quiera o no quiera está ahí. ¿Y qué cuando este viaje se nos propone por la
Cinta de Moebius? entonces las dimensiones se confunden, ya no hay derecha o
izquierda, afuera o adentro, o acaso siempre es un afuera una
intemperie, no hay soles que mitiguen la intemperie del mundo y, no hay
como regresar a un punto de origen, porque en este continuo de la vida el
camino no cesa no hay respuesta posible/ ni retorno al origen.
Sin
embargo el poema busca cimentar el recorrido, hay una partida y hay una
llegada, una partida desde una puerta y la
abrimos en silencio/la cruzamos con miedo
una llegada imprecisa, pero aunque no sabemos bien cuando
ocurrirá, no sabemos bien donde ocurrirá,
el poeta dice he de morir aquí, estoy seguro/aunque muera en otra parte como
si su derecho a morir con exclusividad y con sus cosas fuera ineludible, como
si supiera que en ese preciso momento su ser se va a completar con el que ha
sido y entonces el lugar como algo exterior a uno mismo quedará diluido en ese
lugar interior que cada uno elije.
Entre esta
partida y esta llegada el poeta- el poema- el lector recorren la cinta de
Moebius viajan por el “Desamparo” cuando
yo no tenía cicatrices, mi calle era un refugio/ Ahora es feudo de sombras/
rastro de animal herido/ techo desvencijado. Por la “Búsqueda”, que
acaso es lo que define al hombre, en su incógnita, en su perpetua soledad Y
Dios sigue estando/ tan lejos como siempre.
Entonces
se presenta la “Muerte” ante el poeta, ante el hombre, pero esa muerte es sólo
como presencia, como conocimiento, como recuerdo de nuestra propia finitud, con
tu muerte mi muerte/ es aún más cercana
El poeta
no puede morir, ya llegará el momento de su propia muerte. En este viaje por la
Cinta de Moebius le resta aún vivir el “Amor”, aprender del viaje porque sin
ese amor no hay viaje y acaso tampoco “Aprendizaje” porque Hay un primer motor,/la chispa
que resulta necesaria: una mujer hermosa/pone en marcha el universo y
en ese universo el hombre a quien le toco en suerte (desgracia diría
Baudelaire) ser el poeta, busca y aprende, crece, pero sabe íntimamente que
nunca se llegará aunque reme y reme en el mar de los otoños, aunque
sienta que ya está cerca la costa/ ya está cerca...
Gracias Osvaldo
por este libro, creo que es un punto crucial y de inflexión en tu poética,
siempre madura, siempre precisa, pero esta vez más sólida, más profunda, más
lograda, esta poesía te rescata y nos rescata de esa máscara que un día
sin notarlo/se nos pega a la piel.
En uno de
tus poemas escribís, con verdad: Dicen/que con las escaleras no se alcanzan los
cielos y obviamente, con esta magnífica escalera de tus poemas tampoco
los has alcanzado (por suerte) pero ¡qué alto has volado, qué alto!
Rubén
Balseiro
30-10-2011
4
¿Qué señala el destino
del único animal de la
manada
que elige el predador?
Alguien encuentra una gruta
para protegerse de la noche
y en la penumbra espera
el monstruo de las
pesadillas.
El azar descubre su
objetivo implacable,
su pacto con fuerzas que
arrasan el suelo y los frutos
y siempre habrá un tren
dispuesto al accidente,
un rayo que elija a su
víctima en el campo.
En todo momento habrá
conjuntos de ballenas que
mueran en la orilla,
témpanos que provoquen la
muerte de los barcos.
Un segundo antes, un
segundo después,
hubiese mitigado el
terremoto,
hubiese detenido la
avalancha.
Tan sólo un instante
hubiera sofocado el
infortunio,
hubiera suprimido su grieta
dolorosa.
Hay un sesgo macabro en las
exactitudes.
13
Desde el cielo se ve
la sombra de las nubes sobre el agua,
la espalda de los peces,
la cruz de las gaviotas.
Un bote abandonado es una cáscara de nuez,
la isla es una mancha coronada de amarillo,
los automóviles son hormigas que dispersa la lluvia.
El humo de las chimeneas
tiene el mismo color en todo el mundo
y en la noche la ciudad es un cúmulo de estrellas.
Desde el cielo no se ve
el trazo de las fronteras,
no se adivinan los dogmas
ni se perciben los miedos.
Desde arriba
no se distingue el idioma de las plegarias.
Y Dios que sigue estando
tan lejos como siempre.
33
Al principio fueron los árboles distantes,
después el mar, después la cúspide más alta.
Cruzamos parajes donde el agua
era sólo un recuerdo
y otros donde el diluvio exhibía
la firmeza de los textos sagrados.
Supimos de animales fabulosos,
serpientes capaces de borrar nuestras vidas,
aves de graznido insoportable.
Las constelaciones nos mostraban el sendero,
y cada rincón era una amenaza
o tal vez, un sitio donde acampar,
donde encender el fuego que entibiara las manos.
Fuimos el invasor y la víctima,
los temblores del miedo, la victoria,
la pérdida y la huella de unas lágrimas.
Pasaron tantos eclipses, tantas noches sin abrigo
mientras medíamos el alcance de las armas,
la posición de los barcos,
el diámetro de las estrellas.
Después llegó el himno de los iluminados
y la máquina, el reloj, los rascacielos,
la búsqueda que sigue por caminos borrosos.
Y la isla del yo que nunca se alcanza.
He de morir aquí,
entre calles que vieron
crecer a mis hijos,
donde las escuelas, los monumentos,
las audaces preguntas,
dejaron para siempre su tatuaje invisible.
He hundido mis raíces en este lugar
y he despertado aquí a mis días de sol.
En estas veredas viven
los sueños y las casas que habité,
los andamios y las fotografías.
He de morir aquí o en el campo cercano,
con sus anchos sembradíos,
sus naranjas, sus lluvias piadosas
y el ojo del caballo que refleja el mundo.
No cerraré mis párpados cerca del mar
ni de la cordillera con sus altas montañas.
No me verán morir las selvas tropicales
con sus aves exóticas y sus frutas jugosas.
He de morir aquí, estoy seguro.
Aunque muera en otra parte.