17.9.11

2007 - Las palabras que conmueven

























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Apolo tocando la lira — Anónimo, siglo V  a.C.

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[Fragmento del Capítulo 1]

·         Introducción

¿Qué es la poesía? La pregunta ha sido formulada durante siglos, y se sigue formulando en nuestros días con asombrosa frecuencia, prueba de que nunca se dio con una respuesta que resultara definitiva.
El alcance de esta cuestión nos excede, y no es el propósito de estas líneas responderla, sino más bien, compartir algunas reflexiones sobre las características que debe reunir una obra para ser considerada poética, toda vez que parece no haber unanimidad en la crítica ni tampoco una norma única de evaluación.
También nos referiremos a los temas susceptibles de ser tratados en un poema e intentaremos refutar algunos dogmas aceptados en la actualidad acerca de cómo no debe ser la poesía.

·         El lenguaje poético

Ya hemos dicho que no intentaremos definir qué es la poesía. Como el poeta argentino Roberto Juarroz dijo[i]: “Definir la poesía es una imposibilidad, una utopía, algo que no puede hacerse. Yo preguntaría: ¿se puede definir la vida? ¿Se puede definir la muerte, la música, el amor?”
 Cuando intentamos acercarnos a una definición, vale la pena recordar que “todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes a ella: estilo, lenguaje, sentimientos, aspiraciones, pero no a la poesía misma. La poesía es una aventura hacia lo absoluto”[ii] como sostuvo el poeta español Pedro Salinas.
Intentaremos a continuación definir uno de los “elementos circundantes” de los que hablaba Salinas: el lenguaje poético. Pues bien, cuando tratamos de abordar el tema, surge inmediatamente una pregunta: ¿se puede definir el lenguaje poético sin haber contestado qué es la poesía? Afortunadamente, la respuesta es .
El mismo comportamiento se da, por ejemplo, en las ciencias[1]. Los científicos nos explican cuáles son las propiedades de las partículas subatómicas (por ejemplo,  los quarks) y llegan a predecir, con una elevada probabilidad de éxito, cuál será el comportamiento de esa partícula ante un estímulo determinado. Pero no nos dicen qué es esa partícula.
Se puede argumentar que la poesía no es una ciencia, pero utilizando por extensión el ejemplo anterior, notaremos que tal comportamiento (definir las características de algo sin conocer completamente qué es ese algo) es común a varias actividades del quehacer humano, y las conclusiones no dejan de tener validez por la aplicación de tal comportamiento.
Despejada esa duda, podemos hablar directamente del lenguaje poético. Supongamos la siguiente expresión de un recorte periodístico:

“Vientos huracanados destruyen el histórico pueblo… “(a)

Y luego, esta otra:

“El vendaval que limpia la memoria…” (b)

La frase (a) es mera información y no requiere, a los fines prácticos, una segunda lectura. Es evidente que la misma puede también expresarse en la forma (b), pero en este caso, la interpretación cubre un espectro más amplio. Podemos estar hablando de la tempestad que arrasó un pueblo histórico, o de una circunstancia que nos dejó amnésicos, o de una relación personal que borró con nuestro pasado, o de un dolor que dio por tierra con nuestras convicciones, etc. Éste es el lenguaje poético, el que permite despertar en el lector una emoción que resulta única y al mismo tiempo, en otro lector, una emoción distinta pero igualmente singular. La poesía es polisémica, es decir, permite una pluralidad de significados; en esto reside su virtud y a la vez, su exigencia. Paul Valéry lo dice de esta manera:

Del que entre aquí depende
que yo sea tumba o tesoro
que hable o guarde silencio. [iii]

Tratar de poner un límite en el lenguaje poético a sus diferentes significaciones, es hacerlo menos poético; el sentido de las palabras no se agota en lo evidente. Asumir que la más obvia es la única interpretación posible es mutilar la obra, es privarla de las significaciones que la enriquecen. Santiago Kovadloff ha sostenido que la poesía “procura sostener en la palabra la inasible presencia de lo incógnito”[iv].
No cabe esperar entonces, en la primera lectura, comprender un poema. Tratándose del reino de la sugerencia, de la alusión, de la metáfora, no se aborda el poema como si fuera una demostración filosófica, el balance de una compañía o un teorema de las matemáticas. La poesía, aún la más hermética, puede generar una emoción en el lector, una respuesta no sometida al análisis racional, algo que no puede ser en principio explicado por quien la leyó. Si queda esa impronta, será entonces momento de repetir la lectura hasta abarcar el poema como un todo y descubrir sus secretos.
También puede suceder que algunas resonancias se nos revelen diferentes cada vez que leemos; es posible que notemos las mutaciones del poema, debido al estado en que nos encontramos cada vez que lo leemos. Paul Valéry, ya citado, nos dice: “La esencia de la prosa es perecer; es decir, ser comprendida”[v]. Siguiendo con este argumento, la esencia de la poesía es perdurar; no ser comprendida, nunca abarcada en su totalidad, en razón del carácter polisémico ya mencionado.
Umberto Eco también lo dice a su manera: “Yo definiría el efecto poético como la capacidad que exhibe un texto para continuar generando lecturas diferentes, sin ser consumado nunca por completo.”[vi]


[1] En este caso, y a lo largo de todo este ensayo, “ciencias” se limitará a las ciencias exactas y naturales.






Referencias:

i – Poesía y Creación — Diálogos con Guillermo Boido — Ediciones Carlos Lohlé –
Buenos Aires, 1980.

ii – Citado en Poesía y Creación — Diálogos con Guillermo Boido — Ediciones Carlos Lohlé –Buenos Aires, 1980.

iii – Citado en En el bosque del espejo — Alberto Manguel — Grupo Editorial Norma – Bogotá 2001.

iv – El silencio primordial — Santiago Kovadloff  — Emecé Ediciones S.A. — Buenos Aires, 1993.

v – El cementerio marino — Comentarios – Paul Valéry (trad. de Miguel Rodríguez Puga) — Editorial Leviatán — Buenos Aires, 1997.
vi – Perlas cultivadas — (Revista Ñ) – Umberto Eco —Buenos Aires, 22/7/2006.