*J.M.W. Turner — Sun setting over the lake — Tate Gallery, Londres.
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Unas ramas movidas por el viento
Editorial Vinciguerra
Uno de los más reconocidos y transparentes líricos de la poesía argentina actual, Osvaldo Rossi, da cuenta en este libro de un proceso de decantación y ahondamiento digno de ser estudiado, además de saludado. Se trata de un fenómeno por demás interesante acerca de su evolución personal pero que acaso revela, a la vez, rasgos de una posible tendencia emergente en el sentimiento de esta época: para nada el lírico deja de serlo pero asume cada vez más un cariz reflexivo, como obedeciendo ahora a la necesidad de “cantar con fundamento”, afán tal vez prefigurado en inquietudes que antes fructificaron, por ejemplo, en una sugestiva compilación de meditaciones sobre el hecho poético, reunida en el ensayo Las palabras que conmueven, aparecido hace un par de años.
Unas ramas movidas por el viento son obviamente los hombres y a la aventura de éstos está dedicada la primera parte del libro, saga sobre la naturaleza ambigua y sufriente que nos ha sido dada. Del caos, del trastorno, surge la trascendencia y la hermosura que buscan amparo. Este trance y el subsiguiente desemboque en esplendores humildes se convierten, en este poeta notable, en una cadencia regular y conmovedora de exposición racional, metáfora convocante y remate en que se centra el mensaje, y que es como un poema dentro del poema. Rossi dice, ahí, que “un fantasma vaticina / los zarpazos de la noche”, o bien que “el destino ha perdido su arrogante distancia. / Y ahora somos muchedumbre”, o sino, que “somos lo que no somos / lo que intentamos ser”. Este es su tributo.
Fernando Sánchez Zinny
Algunos poemas:
INTERMEZZO
Hay un tránsito entre el golpe y la herida,
una huella fugaz,
una línea que se desvanece.
La frontera entre el viento de otoño
y una hoja que se resigna indefensa.
Es el tiempo entre el dolor y su lágrima
entre el sueño y las manos del orfebre.
Es un paisaje delgado, estremecido,
la fisura de un reloj
que se pierde entre dos mundos.
A un lado están la tierra y la semilla.
Al otro
el flujo interminable.
CEMENTERIO DE AUTOMÓVILES
Yacen unos sobre otros
en la desolación del olvido.
Mutilados, víctimas de vejámenes,
enfermos de óxido y huracanes de polvo,
se arrumban en la frontera,
en el confín más lejano.
Ya nadie puede mitigar la sed,
no hay miradas codiciosas
ni reluce la pintura.
Algunas veces,
las sombras arrebatan sus vestigios
y corren a venderlos
al precio de mercado.
Una grúa los apila
y quedan solos en la multitud,
despojados de las voces.
Se van muriendo en silencio,
de a golpes certeros, de a pedazos,
con violencia inmerecida,
sin reproche.
La memoria es otra llaga,
otra máquina impiadosa.
LUZ QUE PERSISTE
Peregrinos del ocaso,
Y siempre habrá hidras, toros,
medusas y dragones,
ángeles que exterminen los pecados del mundo.
Habrá cíclopes, fantasmas,
mensajeros de la muerte.
dioses que aguarden el momento de vengarse.
Siempre habrá cielos por conquistar,
abismos donde caer,
caricias que el amor escriba en cada gesto.
Y cántico de sirenas, plegaria de serpientes,
rumor de cascadas, tumulto de himnos,
fragancias que perduren en medio de la noche.
Los cantos a la sombra
son sellos en el agua.
Un ocaso no puede suprimir madrugadas.
UNA MUJER
Está aquí,
desde hace tiempo.
Perdura
como el olor de la madera
como el
sonido de los trenes
la
esperanza
como los
rayos solares
las fases
de la luna, el asombro.
Ella tiende
a quedarse
a
hospedarse cómodamente.
Y es como
un remanso
un conjunto
de cisnes en la orilla del río
una noche
pacífica, inviolable.
Ella a
veces se inquieta
y tiembla,
la sacuden estertores
y entonces
hay viento, lluvias, represas vencidas
el agua
sube y hay inundaciones
cielos de
lava y piedras ardientes
palabras
que incendian todo lo que tocan.
A veces,
está lejos.
Es una isla
en el mar de otro planeta
un terreno
inhallable en cualquier mapa
un vapor
silencioso
apenas
la
intuición de una presencia.
Y sin
embargo, está aquí
en todos
los rincones
en mis
huesos
a mi alrededor.
Porque ella
se queda.
Ella
perdura.